Parecía un funeral irlandés, pero sin cerveza ni whisky. Nos habíamos juntado un montón de amigos para su despedida y entre tanta tristeza te alegrabas al encontrarte de repente con una cara familiar que no veías desde hacía años. Hubiera estado bien compartir un trago para finiquitar esa visión romántica del periodismo que nos había unido durante tanto tiempo. Pero solo teníamos un sol potente de verano que caía perpendicular a los ojos desde detrás del parque Ribalta y que nos cegaba por completo. Para algunos era una suerte, porque así podían disimular las lágrimas tras una gafas oscuras. Daba igual. El dolor iba por dentro y todos lo notábamos. Transitando por el intestino como una tenia traicionera, con el silencio culpable de quien había decretado el cierre sin ni siquiera informar a sus lectores. Hoy en día se permite todo. Hasta irse sin despedirse. Una guinda amarga. Pero nosotros, los que un día trabajamos allí, los que lo han hecho hasta el final, y los lectores congregados esta tarde en la calle Zaragoza sí que lo hemos hecho. Hoy le hemos dicho adiós a la edición de Levante en Castellón después de 28 años de existencia. En este momento de la despedida última solo puedo dar las gracias por los años de aprendizaje en una redacción en la que tuve amigos además de compañeros. Hoy hemos enterrado juntos un poco de este oficio maravilloso que es el periodismo y también un cacho de nosotros mismos.