La mirada serena, pausada, y al mismo tiempo precisa, certera como ninguna otra, de Justo Villafañe se ha apagado hoy para siempre. Nos deja, a quienes tuvimos el privilegio de ser sus discípulos y amigos, con un sentimiento de orfandad y tristeza insondables, pero también con un legado que perdurará durante generaciones y que, sin lugar a duda, representa la mayor contribución personal realizada hasta la fecha para sistematizar y consolidar el conocimiento científico en el ámbito de la comunicación corporativa u organizacional. Con su Imagen positiva. La gestión estratégica de la imagen de las empresas (1993), Villafañe sentó las bases de nuestra disciplina y la elevó hasta convertirla en una de las ramas de las Ciencias de la Comunicación de mayor coherencia y desarrollo, tanto académico como profesional.

Investigador incansable, ensanchó nuestro campo del saber hasta límites insospechados y nos enseñó la capacidad para gestionar, de manera rigurosa y con garantías de éxito, conceptos tan complejos como la reputación y la marca, que supo anclar perfectamente a la dirección de las organizaciones como sus principales activos y vectores de desarrollo. Todo ello está perfectamente explicado en La gestión profesional de la imagen corporativa (1999), la biblia de nuestro oficio, y en sus dos últimas obras: La buena reputación. Claves del valor intangible de las empresas (2003) y Quiero trabajar aquí. Las seis claves de la reputación interna (2006). Una bibliografía sintética e imprescindible para cualquier director o directora de Comunicación y que, con el paso del tiempo, no solo mantiene su vigencia, sino que la acrecienta. Son libros que siempre te enseñan algo nuevo en cada relectura.

La contribución de Justo Villafañe al desarrollo de la comunicación corporativa es inmensa, pues no se limitó a la Academia, sino que participó activamente en multitud de foros y asociaciones profesionales, y experimentó, en primera persona, como consultor estratégico, sus propias teorías, que confrontó con la actividad práctica en infinidad de organizaciones, desde grandes multinacionales a administraciones de diferentes tamaños. Y no solo en España, sino en múltiples países de América Latina, hasta donde supo llevar las últimas teorías de la gestión estratégica para que sus empresas e instituciones pudiesen superar décadas de retraso respecto a otros territorios. Esa dualidad de empresario y académico, de profesional e investigador, fue una de sus características más destacadas y, en mi opinión, un ejercicio buscado de coherencia, una exigencia de su profundo espíritu universitario: no podía enseñar aquello que no había experimentado y comprobado por sí mismo. Era una extraña y potente mezcla de hombre del Renacimiento, capaz de desarrollar a la perfección varios oficios, como empresario, consultor, profesor e investigador, y de científico ilustrado, obsesionado por lograr una sistemática y un método para un trabajo tan variable y escurridizo, tan apasionante y pasional, como el de la comunicación en las organizaciones.

Persona de unos profundos principios éticos, y de un alto compromiso social, demostró a lo largo de su larga trayectoria una gran generosidad, sobre todo con la Universidad, en mayúsculas. Abrió su conocimiento y el de su empresa, Villafañe y Asociados, a toda la profesión y a cuantos académicos e investigadores nos acercamos a él, y siempre estuvo dispuesto a dar su ayuda, sobre todo a lo más jóvenes, fueran personas o universidades, a quienes supo acompañar en sus primeros pasos con un magisterio capaz de transformarlos en sus mejores versiones. Con la Universitat Jaume I derrochó durante más de dos décadas ese espíritu de entrega, tanto como consultor estratégico en el campo de la comunicación como profesor invitado en numerosos másteres, cursos y conferencias, a los que nunca nos dijo que no por muchos viajes o reuniones que llenasen su apretada agenda. Para la UJI siempre tuvo un hueco, y para saber degustar un buen arrocito de Castellón, también, pues, en otro alarde maravilloso de dualidad, sabía disfrutar de los placeres de la buena vida con la misma intensidad con la que se dedicaba a su trabajo.

Podría escribir múltiples páginas sobre la bonhomía de Justo, pero el pesar me impide ahora extenderme más. Tampoco sé si es necesario. El hombre se ha ido, pero ahí queda su labor. En este caso, inmensa en su profundidad, clarividente en su inteligencia y precisa en su metodología. La Comunicación ha perdido hoy a un hombre sabio y generoso, pero su obra nos permitirá seguir creciendo y elevarnos sobre sus hombros de gigante.

Que la tierra te sea leve, amigo Justo.