Un reciente post de Enrique Dans sobre los precios de los libros electrónicos, en el que volvía a arremeter sin muchos miramientos contra la industria editorial a raíz de medications without a prescription la polémica entre Amazon y Macmillan, y que conocí gracias a mi amigo Benet Marcos, de Redactalia, me ha motivado a recoger aquí algunas cifras reales del sector en España, que quizás sirvan para explicar porqué no acaba de despuntar en estos momentos este nuevo negocio cultural. Se suele afirmar que el precio del libro en papel viene determinado sobre todo por los costes de impresión, transporte y almacenamiento, que desaparecen con la tecnología del libro electrónico. Sin embargo, hay toda una serie de costes estructurales que son similares. Y, en mi modesta opinión, los diferenciales todavía aportan el suficiente valor añadido al libro en papel frente al electrónico como para compensar al lector y, por tanto, a las editoriales que quieran satisfacer a esos clientes.
Así, en el caso de un libro con una tirada de 2.000 ejemplares cuyo precio de venta al público (pvp) sea de 10 euros, 5 corresponden a la cadena de distribución (distribuidores mayoristas, por zona y librerías) y otros cinco a la producción editorial propiamente dicha, repartidos básicamente en 1 para composición (maquetación, corrección y diseño de cubierta), 1 para derechos de autor, 1,5 para impresión y 1,5 para costes fijos de la editorial (comunicación, promoción y estructura) y beneficio industrial. En el actual modelo de negocio en papel, la distribución es siempre un coste variable (normalmente el 50% del pvp) que aumenta en la medida en que lo hacen los demás. Esta política de precios tan favorecedora del sector de la distribución se debe a la importancia que tiene dentro de la cadena de valor del libro físico, ya que el ejemplar que no se ve en las librerías no se vende. Y aunque eso es así, seguramente daría también para un interesante debate analizar si está justificada esa escala de costes y si esa preponderancia de la distribución tiene sentido.
Pero volviendo al libro electrónico, y tomando como base el ejemplo anterior, que se corresponde a un caso real, podemos señalar que la mayoría de los costes de producción editorial se mantienen (a excepción del de imprenta, claro). Así, para unas expectativas de venta de 2.000 ejemplares, deberíamos ingresar 1 euro para cubrir los costes de composición, 1 para derechos de autor y 1,5 para los de estructura editorial y beneficio. Pero ¿qué ocurre con la distribución? En principio su participación debería ser mínima, ya que no hay transporte, manipulado ni almacenamiento de títulos, ¿no? Y sin embargo la realidad es que el canal de venta más importante de libros electrónicos en España, Todoebook, está trabajando con cifras similares a las del anterior modelo de negocio: 50% del pvp. Es cierto que ofrece otras alternativas rebajadas, pero con limitaciones, y al final el editor que quiere que sus libros se vean ha de ceder de nuevo ante una estructura de costes dominada por la distribución.
De esta forma, el mismo libro que en formato papel tiene un precio de 10 euros, en el formato electrónico se sitúa como poco en 7, cuando podría ser fácilmente de 5 (bastaría con que la distribución electrónica sólo representase un 30% y no un 50% del pvp). Ante estas cifras, y tal y como se encuentran todavía los lectores de libros electrónicos (con precios elevados y prestaciones muy limitadas para el usuario), parece lógico que el lector prefiera un libro en papel por 10 euros que el mismo contenido en formato electrónico por 7, ya que la diferencia de precio no es suficiente para justificar la diferencia de valor que aporta el dispositivo, ese aparato que, como afirma Manuel Rivas con su fina ironía, su mayor virtud es que “casi se parece al libro”.
Habrá que ver cómo evoluciona el sector en nuestro país, pero mientra tanto parece evidente que los editores todavía tienen buenas razones para seguir apostando por el papel y que el éxito o fracaso del libro electrónico no depende en exclusiva de la industria editorial, sino también de aquellos otros negocios nacidos para explotar las nuevas posibilidades de negocio (como los distribuidores digitales) y que quizás estén ahogando a la gallina de los huevos de oro antes que ésta sea capaz de hacer su primera puesta.
Siguiendo un esquema básico de la cadena de valor de Porter, ampliando a toda la cadena multi-empresa (autor -> editor -> distribuidor -> lector), lo que está sucediendo es que la reducción de costes sólo está repercutiendo en el aumento del margen de quien ha podido retenerlo: el distribuidor. ¿Quién está aportando en el libro electrónico más valor?, ¿si es el distribuidor no es lícito que sea entonces quien lo retenga?, ¿podría el autor auto-editarse y auto-distribuirse de forma eficaz y eficiente, luego autogestionando su propio margen y precios? (entonces que lo haga)… Ejem, no, no soy distribuidor. 😀
Ahora bien, tal y como le comenté a Benet, otra historia es que no se esté realizando un correcto análisis del ‘pricing’ que permitiera incrementar aun más las ventas. O tal vez, sí que se ha hecho tal análisis, y el precio ‘es el correcto’. Mi loca teoría: un e-book podría venderse más caro que un libro en papel… todo depende de la percepción de valor del lector sobre ambos formatos.
En la primera parte de los costes hay algunas cosas discutibles. Pero si me tomo tu argumentación el problema es el distribuidor (o por extensión el canal). Que es quien encarece el coste y en el caso del ebook se gana más que bien la vida (o eso parece).
En la segunda parte está el problema: entre papel a 10 y el ebook a 7, por supuesto costará que se pasen a ebook. Pero es que no encuentro ninguna justificación para ese “cutre” diferencia. Lo que hay que pensar (o por lo menos reflexionar) es como hacemos para que el mercado crezca y pescar a millones de lectores. Con esta lógica actual no me extraña que tardaramos años en tener libros de bolsillo o que estuvieramos tanto tiempo con tapa dura y menospreciando la rústica o que se sigan haciendo los planes editoriales con esos criterios tan ¿anticuados?.
En resumen que comparto plenamente la visión de Francisco. Y me repito: el sector editorial se está equivocando en casi todo (ni visión estrategica, ni táctica, ganas de ganar en el corto plazo, etc…) y me refiero a todos, distribuidores incluidos(Todoebook también).
Gracias, David, por tus comentarios. Efectivamente, el problema es el distribuidor y puede serlo todavía más en el libro electrónico. Y estoy de acuerdo con Francisco en que el distribuidor se lo puede permitir por su aporte de valor en la venta, pero creo que el problema es que no es proporcionado y se aplica el mismo porcentaje en todos los casos, sin mirar que cada libro requeriría una política de precios.
Y digo yo: ¿por qué muchos no se atreverán a vender desde su propia web? (y que no pongan como excusa “que las librerías se cabrean”, porque la visibilidad en papel de la mayoría de editoriales es casi nula). Pero hablo de una web bien hecha, con una estrategia de comunicación que refleje, por un lado, como bien dice David, una visión y, por el otro, una coherencia comunicativa no desligada de las redes sociales.
# 1 ¡Jajaja! Ya hablamos de eso, Francisco, cierto. De acuerdo en parte en cuanto a lo de la distribución, pero creo que los únicos que percibirían ese valor de lo electrónico sobre el papel serían los frikis de la literatura electrónica (no necesariamente…) 😉 o los amantes de los gadgets. Si no recuerdo mal, fue Neelan Choksi, de Stanza, quien comentó en un congreso que una opción sería vender durante un tiempo determinado una obra que despertase mucha expectación a un precio desorbitado (vender una edición electrónica “de coleccionista”), y después, cuando se hubiese amortizado en parte, reducirlo a un precio incluso inferior del que esperaría el lector. Claro, está la cuestión de la priatería, pero el ejemplo va un poco en la línea de valor que comentas.